EN

The
Libyan Crossroad

Pasajes mortales a Europa
2011-2020

Más de 15.805 personas han perdido la vida en la ruta del Mediterráneo Central desde 2014.
Más de 700.000 refugiados y migrantes están actualmente en Libia. Esta es su historia.

Introducción

Febrero de 2011. Una estructura vacía, apenas un par de edificios abandonados en mitad del desierto bajo una calor infernal. El vacío absoluto. De repente, una marabunta toma forma a medida que se aproxima; son mas de 80.000 personas que huyen de la guerra que se avecina y que rebasa las fronteras y capacidades de la frontera de Ras Jadir, en Túnez. Libia y sus refugiados; el primero de un país que, arrastrado por las primaveras árabes, comenzaría a sufrir una pesadilla de tres guerras mientras era demonizado por parte de la opinión publica y medios como el “estado-prisión de los refugiados del Mediterráneo”. La de 2011 fue la más guerra atípica de las tres guerras de Libia. Nunca antes las cosas estuvieron tan claras y fueron tan sencillas, y nunca tampoco lo volverían a ser para Libia. Aquello situó a aquel rincón del Magreb como principal puerta africana para entrar en Europa.

The Libyan Crossroad es un proyecto acerca del “pasaje mortal” a Europa para muchos refugiados y migrantes, desde Libia, en los centros de detención en ese país, y la travesía imposible en el mediterráneo central hacia Europa donde los que tienen suerte son rescatados y los que no mueren, así como la situación extrema de la libia devastada por las tres guerras que ha tenido desde 2011 y que ha propiciado ese país por su inestabilidad como la puerta de entrada a Europa; y los países de origen, de donde vienen las personas que van a Libia, para tratar de entender sus motivaciones, lo que les empuja a abandonar sus países como refugiados o como migrantes y jugarse la vida, todo ello a través de diferentes rutas desde los nueve principales países de origen en el África subsahariana, África norte y medio oriente Asia (Níger, Chad, Nigeria, Egipto, Sudan, Túnez, Bangladés, Siria y Palestina).

El proyecto es el largo camino del sufrimiento y la resistencia de los refugiados y migrantes en todo ese periplo.

El conflicto

EL SUEÑO DE LA RAZÓN PRODUCE MONSTRUOS
Grabados de la serie Los caprichos de Goya

El sueño de la razón produce monstruos. Siempre hemos necesitado monstruos y demonios; con ellos podemos justificar lo injustificable y Libia adoptó ese papel para nosotros: se convirtió, de repente, en el demonio para Europa. Los traficantes de personas convirtieron a Libia en el cementerio del Mediterráneo, con más de 15.000 muertes. En un rescate marítimo a bordo del barco Dignity de la ONG Médicos sin Fronteras en 2015, la realidad del infierno vivido contada por las personas rescatadas que llegaban desde Libia distaba totalmente de la realidad de ese país y de sus gentes. Las historias inhumanas que se escuchan aún en los barcos son totalmente ciertas: se trafica y tortura a seres humanos, pero también existe otra Libia, donde refugiados y migrantes viven en libertad, algunos con negocios propios y otros trabajos estables o temporales.

Esas dos realidades conviven en Libia. La explicación es que la de los monstruos en una primera capa es la que incluye principalmente las mafias internacionales, las que tienen su punto de entrada sobre todo por Sabha, punto obligado en el sur del país en la ruta hacia Europa y donde cazan literalmente a las personas que pasan por ella, eso cuando no las encierran en sus cárceles, si es que se les puede llamar así. Estas mafias no están solo formadas por libios. En una de las operaciones por parte de la Agencia contra la Inmigración Ilegal en Trípoli, por ejemplo, se detuvo a un nigeriano. Era el cabeza de una red mafiosa en Trípoli, con tentáculos en los países de origen de los migrantes y refugiados, así como también en Europa. Una figura de las muchas que tejen esta mafia internacional.

La segunda capa tiene una menor escala. La forman determinadas personas que han ostentado cargos de poder o que todavía lo conservan. Forman grupos más pequeños vinculados a familias o pequeñas milicias, lo que en muchas ocasiones provoca enfrentamientos entre ellos, así como extorsión a determinados grupos de personas mediante secuestros. Los mantienen retenidos y les exigen un mínimo de 300 USD (267 €) para su liberación. A continuación, les facilitan barcas y puntos de salida con otra tarifa añadida.

La tercera es la de los llamados centros de detención, que están bajo el control de los dos gobiernos que Libia tiene en la actualidad, con un estimado de 22 centros repartidos por el país que acogen a más de 5800 personas.

En un mapa realizado por las Naciones unidas se incluía un total de 30, aunque algunos no están operativos; otros han sido clausurados por las propias mafias como, por ejemplo, el de Zauiya, que incluso llegó a sufrir un asalto por la fuerza en un breve combate, en el que nada pudieron hacer los guardias superados por fuerzas asimétricas, y en el que todos los refugiados y migrantes del campo acabaron secuestrados; en otros centros, como el de Sabratha, en el que el propio director realizó, hace algún tiempo, una llamada a la comunidad internacional para pedir alimentos, porque carecía de recursos suficientes para poder alimentar a los refugiados y migrantes que tenía a su cargo. De los 22 que permanecen operativos, existe un proyecto para clausurar los 15 centros de detención que están bajo control del Gobierno de Acuerdo Nacional (GAN), liderado por Fayez al Sarraj y que cuenta con el apoyo de las Naciones Unidas. Los centros de detención operativos en el sur profundo. Más de 5800 personas en los centros de detención (sin contar con el número indeterminado de secuestrados por las mafias) y en la zona oriental de Cirenaica se hallan en áreas bajo el control del Ejército Nacional Libio, bajo el mandato de Haftar.

A día de hoy se desconoce el número de personas que aun permanecen secuestrados por las mafias.

LAS LEYES CALLAN CUANDO LAS ARMAS HABLAN
Cicerón

Arrastrados por la llamada de la Primavera Árabe en la vecina Túnez, se multiplicaron las manifestaciones y protestas populares contra el gobierno de Muamar el Gadafi, lo que desembocó en una guerra civil.

En Bengasi se evitó una carnicería tras contener a las tropas del coronel Gadafi y evitar que sus hombres entraran en la ciudad sitiada. Entonces fueron aviones franceses los que acabaron con aquella gran fuerza motorizada. En la carretera se podían ver largas colas de tanques y camiones destruidos y aún humeantes. La imagen era dantesca. Aquello marcó el principio del fin para el régimen del coronel; luego llegó Misurata. La ciudad sitiada a la que solo se podía acceder por mar fue la dinamita bajo los cimientos de aquel castillo de naipes que era el régimen libio.

Misurata fue sometida a un bombardeo sin precedentes. Durante más de diez noches no era posible contar más de cinco segundos entre las explosiones de los proyectiles. Lo único que mantenía a la ciudad con la vida era el puerto al que llegaban alimentos y armas, y que también sufría bombardeos constantes. Finalmente se rompió el cerco y Misurata consiguió sobrevivir. Mientras que esta ciudad quedó prácticamente destruida, en Trípoli apenas hubo combates. El principal tuvo lugar en Bab al-Azizia, la base que se encontraba en el sur de Trípoli y que era también residencia de Gadafi. Cayó muy rápido, aunque seguían quedando algunos francotiradores en la ciudad.

El punto final de resistencia y la gran batalla que lo decidió todo en Libia ese 2011 fue Sirte, la ciudad natal de Gadafi y el bastión en el que se refugió, y donde también finalizó la segunda gran guerra de 2016, esta vez contra el ISIS.

Tras aquello, lo que tenía que ser el primer año del triunfo del cambio generado por la sociedad libia se fue transformando en un rompecabezas cada vez más complejo. Había una lucha por el control del país, pero, a diferencia de en otros lugares, en Libia nunca fue una cuestión sectaria. El fracaso de un Gobierno con las elecciones de junio de 2014 para elegir al Parlamento que debía sustituir al Congreso General de la Nación, elegido dos años antes. El CGN se negó a ceder el poder y empezó la segunda guerra civil libia, que continua hoy en día. Surgieron dos gobiernos y sendos parlamentos. La narrativa oficialista hablaba de “islamistas” con sede en Trípoli, apoyados por Turquía y Qatar principalmente, y “liberales” en Tobruk, 1200 kilómetros al este de la capital, que contaban con el reconocimiento internacional, así como con el respaldo de Emiratos Árabes Unidos, Egipto y Arabia Saudí, todo ello además de la lucha de familias por el control de Libia y las injerencias externas de otros países provocó que el ISIS tomara Sirte en 2014. Junto a Raqqa y Mosul, fue la tercera capital del califato. El ataque con coches bomba de dos controles fronterizos por parte de este grupo hace estallar la tercera guerra de Libia, en 2016.

La guerra contra el ISIS del 2016 fue salvaje y se pudieron sentir más de ochenta de los temidos Dogma (coches bomba), mujeres con cinturones bomba que se rendían y posteriormente se inmolaban, así como trampas bomba explosivas de todo tipo hasta que, finalmente, Sirte cayó arrasada una vez más. El último día de la liberación, unos combatientes del ISIS que decían que iban a inmolarse fueron quemados vivos. Eso marcó el fin del Califato en Libia, que no el del ISIS. Esa etapa posterior pasó por diferentes enfrentamientos entre milicias hasta que el general Hafter (hombre fuerte del autoproclamado gobierno de Tobruk) lanzara su ofensiva sobre Trípoli en abril de 2019. Esta nueva guerra marcó de nuevo un golpe de timón por el cambio de estrategia de algunos países que apoyaron al gobierno de Trípoli, y al que ahora le dan la espalda.

Nada cambia en la escenografía de la Libia de 2020 (la guerra que tuvo su origen en 2014), solo un nuevo elemento: por primera vez se oyen los temidos drones militares, la gran mayoría del general Hafter. Controla los cielos, pero no tiene la capacidad terrestre para tomar el control de la ansiada Trípoli, aunque en un principio pareciera que estaba a las puertas. La experiencia de todos los mandos y soldados (la mayoría de Misurata, una vez más) adquirida en las otras dos guerras es una de las bazas principales con las que juega el Gobierno de Acuerdo Nacional de Trípoli (órgano ejecutivo de transición auspiciado en 2015 por Naciones Unidas). Libia es ahora un tablero de ajedrez que enfrenta a países de la Unión Europea, del Golfo, China, Rusia, Turquía, Sudan, Egipto y Estados Unidos por el control, una vez más, de los recursos naturales. Los que siguen pagando el precio más alto son los civiles. Van ya miles de muertos en un país con un futuro incierto.

PARA LOS IGUALES, IGUALDAD; PARA LOS DESIGUALES, DESIGUALDAD
Friedrich Wilhelm Nietzsche

Libia se ha convertido en la frontera más violenta y mortífera del mundo: en los últimos 5 años, 15.805 personas habrían perdido la vida (la cifra es, sin duda, mucho mayor) tras partir de sus costas con la intención de alcanzar suelo europeo, según el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR). Un Estado fallido en el que, aproximadamente, más de medio millón (a fecha del 2020) de su población de 6,6 millones de habitantes son migrantes y refugiados, los más vulnerables y castigados por las tres guerras (una de ellas vigente), que han desangrado el país desde 2011.

De las más de 700.000 personas que se encuentran actualmente en el país, solo 11.471 consiguieron llegar a Italia en 2019. El resto, sobreviven atrapadas en el infierno libio como migrantes económicos aunque muchos de ellos sean realmente refugiados.

Los refugiados son personas que huyen de conflictos armados o persecución. Se hallan en situaciones de vida o muerte, cruzan fronteras nacionales para buscar seguridad en países cercanos y, así, tratar de ser reconocidos internacionalmente como “refugiados”. Se trata de personas a quienes negarles el asilo puede producirles consecuencias mortales.

Los migrantes son los que eligen trasladarse, no a causa de una amenaza directa de persecución o muerte, sino principalmente para mejorar sus vidas, en busca de nuevas posibilidades laborales, educativas, de reunificación familiar u otras.

Las más de 700.000 personas extranjeras que sobreviven en Libia son migrantes y refugiados que seguirán buscando un lugar más seguro y con mejores expectativas vitales en el futuro: ya sea jugándose la vida intentando llegar a Europa a través del Mediterráneo o en los países del norte de África. En ambos casos, como vemos en la actualidad, correrán el riesgo de ser devueltos a la casilla de salida: una Libia que se ha convertido en un callejón sin salida para las personas en tránsito.

Según el último informe de la Organización Internacional para las Migraciones (OIM), de las más de 700.000 personas que hay en Libia, un 32 por ciento son de Níger, un 18 por ciento de Egipto, un 15 por ciento de Sudan, un 9 por ciento de Chad y un 8 por ciento de Nigeria; el 18 por ciento restante está constituido por 39 nacionalidades más. Las 3 regiones de procedencia son el África subsahariana, con un 49 por ciento, seguido del norte de África, con un 34 por ciento, y Oriente Medio y Asia, con un 17 por ciento.

Según un informe de ACNUR de 2019, en Libia vivían solo 52.900 refugiados y solicitantes de asilo registrados, procedentes principalmente de Siria (43 por ciento) y de Sudán (21 por ciento), aunque obviamente la cifra de no registrados es muchísimo mayor, ya que, de estas más de 700.000 personas, muchas son también refugiados.

Refugiados y migrantes subsaharaianos intentar abandonar desesperadamente la lancha neumática en la que han pasado varias horas, y desde la que ahora son rescatados en el mar Mediterráneo por miembros de la ONG Médicos Sin Fronteras.
Refugiados y migrantes en el interior de un autobús en un centro de deportación de Trípoli, de la Anti-Illegal Immigration Agency, dependiente del Gobierno de la capital.
Refugiados y migrantes sirios y libios (210 en total) rescatados por miembros de la ONG Proactiva Open Arms, en la costa mediterránea de la ciudad libia de Sabratha, después de que sus tres barcos de madera sufrieran problemas. En la imagen, una mujer en shock.
Niños y mujeres refugiados y migrantes en el centro de detención de Garabulli.
Uno de los refugiados y migrantes a bordo del buque de rescate Bourbon Argos, también de la ONG Médicos Sin Fronteras, reza agradeciendo su rescate.
Un miembro de la tripulación de Médicos Sin Fronteras marca con aerosol la palabra RESCUED en una barca ahora vacía.
Uno de los refugiados y migrantes que ha sido rescatado sube a bordo del buque Dignity de la ONG Médicos Sin Fronteras.
Un miembro de la ONG Médicos Sin Fronteras lleva a un joven desvanecido refugiado y migrante a bordo de una lancha neumática durante una operación de rescate a bordo del buque Dignity 1 en el Mediterráneo, frente a la costa de Libia. 373 migrantes (procedentes de varios países como Nigeria, Costa de Marfil, Sierra Leona, Malí o Níger), incluidas 62 mujeres y 10 niños, fueron rescatados en las aguas internacionales frente a las costas de Libia.
Reparto de alimentos en un centro de detención exclusivo para hombres en Milita, cerca de Zauiya.
Refugiados y migrantes en el patio del centro de detención de Garabulli a la espera del reparto de comida.
Un niño sirio llora de puro pánico mientras un miembro de la tripulación trata de que mantengan la calma durante una operación de rescate realizada por miembros de la ONG Open Arms en el Mediterráneo.
Refugiados y migrantes en su travesía de Libia a Europa a bordo de frágiles lanchas neumáticas que utilizan para alcanzar su objetivo.
Refugiados y migrantes a bordo del Bourbon Argos durante el reparto de mantas y comida para pasar la primera noche rumbo a Italia.
Refugiados y migrantes rescatados en alta mar por miembros de Médicos Sin Fronteras.
Pintadas en la pared en uno de los centros de detención de Misurata.
Teléfonos de los refugiados y migrantes confiscados en el centro de detención de Misurata.
Interceptados por los guardacostas libios a pocas millas de la costa, los refugiados y migrantes esperan en el puerto de Trípoli a ser trasladados a un centro de detención, desde donde posteriormente serán repatriados a sus países de origen.
Tras dos días a bordo del Bourbon Argos, de Médicos Sin Fronteras, algunos refugiados y migrantes celebran con bailes la llegada a Calabria. Una vez en tierra serán trasladados a centros de detención en suelo europeo.
Refugiados y migrantes esperan a ser deportados en la sede central de la Anti-Illegal Immigration Agency. Al fondo se puede ver la puerta de una de las prisiones donde permanecieron durante 24 horas hasta su deportación a sus países de origen.
Unas 250 mujeres refugiadas y migrantes con sus hijos en el centro de detención de Sabratha se organizan para rellenar botellas de agua a partir de grandes garrafas. En el momento de tomar esta fotografía, el director del centro solicitaba la colaboración de la comunidad internacional para obtener alimentos.
Miembros de la Media Luna Roja Libia atienden a un refugiado y migrante exhausto en el puerto de Trípoli, interceptado por los guardacostas libios, que esperan para su traslado a un centro de detención.
Refugiados y migrantes procedentes de Egipto, Túnez, Bangladés, Níger y Nigeria a la espera de obtener un trabajo temporal en la construcción en Zuara.
Samir, de ocho años, de Somalia, mira por la ventana del buque de rescate Astral de la ONG Proactiva Open Arms, mientras que otros refugiados y migrantes descansan en su ruta hacia Lampedusa durante una tormenta con vientos de hasta 65 km/hora, que sin duda hubiera significado la muerte de todos ellos. Libia, con sus 1.770 kilómetros (1.100 millas) de costa sumida en el caos, se ha convertido en un centro de inmigración ilegal hacia Europa. Los migrantes se dirigen en desvencijados botes en travesías imposibles hacia Lampedusa, a unos 300 kilómetros de la costa.
Un refugiado y migrante pide ayuda a bordo de su embarcación en la ruta del Mediterráneo central.
Restos de una barca utilizada por los traficantes de personas en la ruta del Mediterráneo central, en las costas de Zuara, uno de los tres puntos clave en la salida de los refugiados y migrantes.
Dos familias se suicidan en Sirte haciendo estallar dos dogmas o coches bomba del ISIS. Este atentado mató al menos a 12 combatientes y causó 60 heridos. En el momento de la imagen, un tercer coche bomba estaba de camino, aunque se consiguió neutralizarlo antes de su llegada. Las estimaciones oficiales indican que el número de muertos durante la ofensiva se sitúa alrededor de 500. En total, estallaron 87 dogmas en las últimas semanas de la guerra (2016).
Familia en el interior de un coche procedente de Sirte, ciudad que en ese momento se hallaba bajo el dominio del ISIS. En la imagen se observa el puesto de control de la policía militar y la Brigada 166, en Abu Qurayn, donde el ISIS lanzó un ataque coordinado con el puesto de Albagla, que marcó el inicio de la campaña de Sirte (2016).
Combatiente herido al que un compañero sujeta la mano, en un hospital de campaña, durante la batalla de Sirte contra el ISIS. Los soldados, la mayoría de ellos jóvenes sin experiencia, procedían principalmente de la ciudad libia de Misurata (2016).
Un combatiente herido de muerte de la unidad “Shelba”, aliada con el gobierno libio y con el apoyo de la ONU, es transportado tras recibir un disparo en la línea del frente, en el barrio Salah al-Din en Trípoli. La lucha estalló en abril de 2019 cuando el autodenominado Ejército Nacional de Libia encabezado por el mariscal de campo Jalifa Hafter lanzó una ofensiva para tomar Trípoli (2014-2020).
Combates en Sirte, una ciudad que quedó arrasada por los bombardeos. Años después se convertiría en una de las capitales del Califato de ISIS (2011).
Manifestaciones en Bengasi con la imagen de Omar Al-Mujtar, héroe de la independencia libia, pidien la intervención internacional y la imposición de una zona de exclusión aérea, poco antes de que las tropas del coronel Gadafi llegaran a las puertas de la ciudad sitiada y fueran neutralizadas por la aviación francesa (2011).
Posiciones en el frente de Trípoli entre las fuerzas del Gobierno de Trípoli y las de Tobruk, que intentan tomar la capital (2014-2020).
Un tanque de combustible en llamas por la explosión de cohetes Grad lanzados por el ejército de Gadafi, en el puerto de la ciudad sitiada de Misurata, mientras un soldado hace la señal de victoria y grita “Dios es grande” ante la incertidumbre de la inminente muerte provocada por más cohetes o la explosión de los tanques en llamas, cosa que finalmente no sucedió (2011).
Soldados disparan contra yihadistas del ISIS durante los combates en Sirte (2016).
Últimos días de la batalla de Sirte, donde se escondía Gadafi antes de su muerte, y que determinaron el final las hostilidades (2011).
Un soldado en el momento de su muerte a causa de la explosión de un dogma (coche bomba suicida del ISIS) en un hospital de campaña durante la batalla de Sirte (2016).
Combatientes de la unidad “Shelba”, aliadas con el gobierno libio y con el apoyo de la ONU, apuntan a posiciones enemigas en la línea del frente del barrio Salah al-Din en Trípoli (2014-2020).
Una habitación infantil destruida por los combates contra el ISIS, donde aún se puede ver lo que antes fue una cuna (2016).
Vista telescópica de un francotirador apunta a las cercanas posiciones de Hafter en la línea del frente de Trípoli (2014-2020).
Combatientes del Gobierno de Acuerdo Nacional (GNA, por sus siglas en inglés), un órgano ejecutivo de transición auspiciado en 2015 por Naciones Unidas, cubren el cadáver de un militante del ISIS en el distrito 2. Entre las filas del ISIS en Sirte figuraba un número significativo de subsaharianos, una gran parte de los cuales no entendían el árabe ni podían leer el Corán (2016).
Un militar tunecino intenta sostener la avalancha de trabajadores inmigrantes en su mayoría egipcios, pero también bengalíes, subsaharianos, turcos, tunecinos y libios, en el puesto de Ras Ejder en Túnez, cuando cerca de 80.000 refugiados trataron de escapar de la guerra (2011).
Los soldados usan máscaras para poder respirar con la condensación de pólvora que se ha producido, a causa de la gran cantidad de disparos en un interior durante un combate muy intenso y largo contra el ISIS, en Sirte (2016).
Niño con su padre en la plaza de Bengasi donde enganchan carteles con las caras y nombres de personas detenidas o desaparecidas por la temida muhabarat (servicios de inteligencia) (2011).
Celebración por la liberación de Sirte de manos del ISIS. Un último grupo de yihadistas enterrados bajo las ruinas amenazaron ese día con inmolarse, por lo que los soldados no tuvieron más remedio que echar gasolina en la zona (2016).
Bokoro: de esta región parten muchas familias por la ruta de Libia para llegar a Europa en busca de un futuro mejor (Chad).
Una de las hijas del palestino Yahya Hasanat, de 37 años, llora su muerte causada por disparos de las tropas israelíes durante las protestas de la Gran Marcha del Retorno en la valla con Israel, que exigen su derecho a regresar a las casas y a la tierra de las que fueron expulsadas sus familias hace 70 años. Más de 254 palestinos murieron y 23.600 resultaron heridos según los informes de la Oficina de Naciones Unidas para la Coordinación de Asuntos Humanitarios (Gaza).
Los niños siempre son los más desprotegidos en los contextos bélicos, donde las decisiones condicionadas siempre por los padres marcan su futuro sin opciones (Bangladés).
Bengalíes y egipcios que consiguieron escapar de Libia en 2011 en un campo de refugiados en Ras Ejder, hacen cola para recibir alimentos (Túnez).
Palestinos envueltos en humo de neumáticos quemados miran al cielo en busca de proyectiles con gases que les han disparado. Ese humo es el que tratan de utilizar para llegar a los límites de la valla, en sus actos de la Gran Marcha; aun así, cada manifestación se cobra un alto numero de muertos y heridos (Gaza).
El ejército de Bashar al-Ásad bombardeó varias casas y tres panaderías, donde la gente hacía cola de madrugada para poder comprar el pan. Como resultado de ello, murieron 50 personas y 197 resultaron heridas, una gran parte de ellas niños. Dos hermanos reciben tratamiento por heridas de metralla en el hospital Dar al-Shifa entre Al-Shaar y Taril Al-Bab (Siria).
Una mujer trata de consolar a su hijo en Borno. Muchas de estas familias huyen de la violencia del grupo Boko Haram, y utilizarán la vía de Libia para intentar llegar a Europa (Nigeria).
Refugiados rohinyás en Bangladés, en el campo de Kutupalong. En la actualidad este país acoge mas de un millón de refugiados. Ya se han descubierto más de 25.000 pasaportes bangladesíes falsificados que se utilizan para tratar de llegar a Europa, entre otros destinos (Bangladés).
Niños sudaneses y de Sudán del Sur (hay más de 2,2 millones de personas refugiadas de Sudán del Sur en Sudán) en una escuela en El Daein, en la región de Darfur (Sudán).
Mohamed (al volante), farmacéutico de Hajin (Deir ez-Zor), con su mujer y sus tres hijos, el niño Majed y las niñas Asma y Esra, abandonaron la ciudad en la que vivieron bajo el control del ISIS, durante los combates contra las Fuerzas Democráticas Sirias (SDF), en la última batalla que marcó la desaparición del califato (Siria).
La estación de Ramsés, en El Cairo, punto de salida o de paso para muchos migrantes egipcios que se dirigen a Libia en busca de oportunidades económicas o como puente hacia Europa (Egipto).
Miembros de la ONG Médicos Sin Fronteras pesan a un niño en una clínica móvil en la región de Bokoro (Chad).
Un niño recibe la vacuna oral contra la polio en la región de Borno. En los últimos años, Boko Haram, el grupo terrorista afiliado al ISIS ha atacado al personal de la Global Polio Eradication Initiative (GPEI, financiada por una amplia gama de donantes públicos y privados), a imitación de la estrategia talibán en Afganistán y Pakistán. Desde 2012, fecha en que nueve vacunadores fueron asesinados a tiros, los trabajadores implicados en las campañas contra la polio han viajado por el país sin anunciar previamente su presencia (Nigeria).
Una mujer alimenta a su hijo en un centro de salud en Borno, donde existe una elevada cifra de personas que sufren desnutrición aguda a causa de la grave crisis humanitaria causada por la violencia del grupo terrorista Boko Haram (Nigeria).
Miembros de las Fuerzas Democráticas Sirias (SDF por sus siglas en inglés) con un francotirador, en una casa emplazada en la línea del frente de Deir ez-Zor, durante la última batalla en lo que fue el final del califato del ISIS (Siria).
Un palestino inconsciente, herido por un francotirador en la primera línea de la valla, es evacuado a pulso por sus amigos. Moría poco después (Gaza).
Familias sudanesas, en su mayoría procedentes de Libia, explican que estuvieron en centros de detención, en el campo de refugiados de la ACNUR en Agadez (Níger).
Sirios en el campo de refugiados de Al Hawl, procedentes de la ciudad de Deir ez-Zor, de donde tuvieron que huir por los combates que asolaron la ciudad durante varios años (Siria).
Una familia bangladesí en un tuk tuk, transporte más común utilizado por su bajo coste económico. Los bangladesíes cuentan con el mayor índice de migración a Libia de la zona de Asia / Oriente, ya desde 2011 (Bangladés).
Escuela de Khan al-Ahmar en una aldea beduina, con una orden de demolición por parte de la Corte Suprema de Israel, donde estudian niños sin futuro (Territorios Palestinos Ocupados).
Toyoba (vestida de azul) tiene 16 años y siete hermanos. Pese a que es menor de edad, sus padres han decidido casarla porque no pueden alimentar a todos sus hijos: son refugiados sin futuro en las condiciones actuales. Malviven hacinados en el campo de refugiados de Kutupalong (Bangladés).
Bebés en tratamiento en el área de maternidad del hospital de la ONG Médicos Sin Fronteras en Kario, región de Darfur (Sudán).
Una madre alimenta a su hijo que sufre desnutrición en el hospital de Bokoro, gestionado por la ONG Médicos Sin Fronteras (Chad).
Traficantes nigerianos que conducen camionetas con refugiados y migrantes en Agadez, en el momento de salir hacia Libia. Muchos de ellos proceden de Nigeria (Níger).
Familiares y amigos entierran el cuerpo del palestino Nassar Abu Tayem, de 22 años, que murió a causa de un disparo durante las protestas de la Gran Marcha (Gaza).
Hospital de Kario en Darfur, de la ONG Médicos Sin Fronteras. En la imagen pesan a un niño de Sudán del Sur para su control médico (Sudán).
Tunecinos en la estación de Républica en la capital, para los cuales no se vislumbra ningún futuro, con sueldos que apenas alcanzan los 300 euros mensuales de media, y con una inflación inasumible; su futuro se desdibuja en busca de oportunidades (Túnez).

Más información

La región del Magreb, compuesta por Mauritania, Marruecos, Argelia, Túnez y Libia, ha devenido en la última década en una de las fronteras geopolíticas más inestables de la Unión Europea. Un amplio espacio habitado por unos 95 millones de personas - el ochenta por ciento de ellas en Argelia y Marruecos -, enclaustrado entre el mar Mediterráneo y el desierto del Sahara, y que separa el sur de Europa del Sahel, una de las zonas más conflictivas del planeta, con la que comparte un amplio abanico de problemas estructurales: desde la pobreza a la corrupción, pasando por el paro, las desigualdades económicas y sociales, la brecha tecnológica, el subdesarrollo educativo y de infraestructuras, la inseguridad alimenticia y el estrés hídrico, que será uno de los mayores del mundo en 2040.

Contexto en el que vemos proliferar la privatización de la guerra y en el que las compañías de seguridad privada transnacionales (PMSC) encuentran espacios de no-derecho para actuar con impunidad, alimentando el negocio de la guerra espoleada por actores internacionales y causando graves vulneraciones de derechos humanos.